Capítulo 1
Londres, una semana antes de la temporada
Lady Mary Seymour admiraba la entereza de su prima, lady Jane Montague.
Estaban sentadas ambas en el corredor del veintitrés de Regent Street, donde vivían con sus madres desde que acudieran a la ciudad. Ese día el marqués de Denver, cabeza de familia a pesar de que Rule continuase vivo, estaba encerrado en el estudio de la casa junto a sus cinco hermanas, esto era, la plana mayor de los Beaufort se había reunido para decidir sobre el futuro de las dos jóvenes. Parecían dos niñas traviesas que hubieran sido sorprendidas en una trastada y estuvieran esperando a que se deliberase su castigo.
No sería, en verdad, la primera ocasión en que recibían una reprimenda al mismo tiempo; eran las primas mayores y habían pasado toda su vida juntas en la finca de Worcester, propiedad del marquesado, dado que sus madres habían enviudado el mismo día, en 1790, y se habían refugiado allí de los rumores maliciosos que relacionaban ambas muertes de forma escandalosa.
Se decía que sus esposos, el conde de Hill y el barón de Oslow, fallecieron en un castillo del norte, en una celebración secreta e impúdica que acabó de forma violenta al invadir los padres de varias de las jóvenes que allí había, hijas todas de comuneros y que habían sido secuestradas para que los invitados gozasen de ellas, con o sin su consentimiento. Aquel feo asunto se solventó con tres lores muertos, cinco más heridos y ocho hombres colgados.
Un escándalo del que había sido difícil escapar, pero los Beau tenían una reputación incólume y aquellos dos eran de otra calaña, coincidió la nobleza al punto no queriendo insultar a los Beaufort, dos caballeros indignos de pertenecer al clan más importante de la aristocracia inglesa.
El sentimiento entre Jane y Mary era, por tanto, casi fraternal. Claro que Mary tenía dos hermanos, Robert y Jacob Seymour, del mismo modo que Jane tenía uno, Nathaniel Montague, pero eran mayores que ellas y habían estudiado internos en Eton primero y en Oxford después, alejándose de la finca familiar al cumplir cada uno de ellos los ocho años, por lo que desde bien niñas habían vivido juntas, sin más compañía que la otra.
Igual de unidos se sentían Rob y Jake Seymour con su primo Derek, de apellido Cavendish y vizconde de Sheffield, aunque este no se hubiera criado en Worcester con ellos sino en la finca de su padre. Siendo próximos en edad, habían estudiado juntos aun en diferentes cursos.
Nate, el hermano de Jane, era menor que ellos y no habían coincidido en el colegio ni la universidad tampoco. Estaba este, desde hacía un par de años, en algún lugar de Europa disfrutando de su grand tour, ajeno a lo que ocurría.
La realidad de ese día, se dijo Mary regresando al presente, no consistía en una reprimenda para ellas por un acto indebido. No, no era eso lo que se trataba en la biblioteca de la casa con el tío William allí encerrado ejerciendo de guía, como cuando de niñas habían ocupado un banquito de madera similar en la mansión de la campiña a la espera de un castigo; lo que se discutía era su provenir. El inmediato, en forma de temporada social, que significaría su perpetuo futuro.
Y Jane era la que se llevaría la peor parte, de ahí su admiración por la calma con la que estaba llevando el asunto. Siendo huérfana y estando el joven Nathaniel fuera —los hermanos de Mary, en cambio, rondaban la treintena y ya no vivían en el hogar familiar pero sí en la ciudad, en sus propias mansiones—, el duque de Rule había decidido, sin consultar a nadie, que era su derecho buscar un esposo a su nieta y, como hiciera con la menor de sus hijas, la había prometido con un amigo suyo con un título importante y una fortuna cuantiosa. Si lady Hope Beaufort se casó a finales del siglo anterior con un hombre veinticinco años mayor que ella y le resultó una condena, el elegido para Jane sumaba cuarenta y siete cumpleaños más que la novia y su unión parecía que consistiría en un verdadero infierno.
Dentro de la sala, el marqués estaba acompañado por sus cinco hermanas, todas ellas mujeres rectas y honestas, pero difícilmente consideradas como ejemplares a pesar de sus nombres[1], dada la enérgica convicción y fuerza de carácter que acostumbraban a mostrar.
—No permitiré que el viejo haga pasar a Jane el calvario que yo viví. Antes viajo a Yorkshire y lo enveneno. —El tono irrespetuoso de la menor no agravió a los presentes.
Era exagerado, sí, pero una clara advertencia de que Hope estaba dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias para defender a su sobrina. Tal vez no fuera la madre de Jane, pero todas protegían a su familia como si estos hubieran nacido de un solo vientre común.
—Tampoco yo entregaré a mi niña a semejante depravado —la secundó lady Felicity—. No es solo la edad de ese hombre, sino su reputación. Me importa bien poco que sea marqués, quiero que mi hija tenga la oportunidad de ser feliz. Mi marido me fue impuesto y tampoco yo lo añoré cuando falleció, Faith. —Hablaba con otra, sin embargo, sus palabras iban dirigidas a William.
Era una afirmación poco caritativa sobre su finado esposo, pero estaban en familia y se sentían libres para hablar con sinceridad. Nadie en aquella estancia revelaría jamás las conversaciones privadas de los Beau. Entre ellos podrían discrepar, pero de cara a la sociedad eran una piña y estaban de acuerdo en todo.
Y, en este tema en concreto, desde luego que tenían el mismo pensamiento: que lord Warrior fue un miserable; y un objetivo común: que Jane se casase con quien desease, siempre que fuera alguien adecuado. O, al menos, que no lo hiciera con un viejo decrépito con quien… nadie quiso pensar en obligaciones conyugales; la joven era inocente, por el amor de Dios.
Ningún Beaufort contraería nupcias de nuevo con alguien indigno del apellido y linaje que representaban, como ocurriera con Grace y Felicity; no solo porque opinasen del mismo modo, sino porque entendían la importancia de mantener la reputación de todo el clan. Solo esa falta de escándalos durante siglos y los elogios de cada monarca hacia ellos por su savoir faire había logrado que la muerte, en 1790, de los dos desalmados cuñados de William no afectase al resto de la familia. Si ninguna de las damas había vuelto a casarse había sido por elección, no por el rechazo de la nobleza dadas las circunstancias de su viudez.
Aunque Denver sospechaba que ambas habían mantenido relaciones esporádicas y que el resto sabía del tema; él, por su parte, prefería no conocer sus intimidades, por lo que ni siquiera preguntaba a su esposa, lady Johanna, que mantenía una relación excelente con todas ellas, bendita fuera.
—La cuestión es cómo lo evitamos —las tranquilizó, no queriendo oír nada al respecto de parricidios; no le gustaba su padre, pero no lo necesitaba muerto, no cuando podía desautorizarlo a placer—. Este año entran con retraso en los salones Mary, Jane y Rachel, sí, pero se les une también Esther —era la hermana de Rachel— como debutante, ya que acaba de cumplir los dieciocho. Son muchas jóvenes y van a acaparar toda la atención, dada su belleza.
Nadie discutió ese punto, la familia había sido bendecida con el don de la hermosura y una figura bien formada.
—En cualquier caso, las hijas de Samuel Thynne no serán presentadas hasta la noche del cuatro de junio, dejando a Mary algo de tiempo y espacio; Jane, en principio, no lo necesita. Aun así, cuatro Beau solteras en Almack’s será considerado una afrenta y las quejas lloverán en el palacio de Saint-James, como si la reina Carlota pudiera hacer algo por evitarlo.
Sonrieron, imaginando que muchas madres suplicarían a las patrocinadoras que las vetasen, pues unirse al ducado de Rule significaba estatus y riqueza; cualquier noble las elegiría, perdiendo el resto de las niñas las mejores oportunidades y, además, había pocos caballeros aquel año, pues muchos hijos de lores se habían alistado en el ejército y batallaban en la Península junto a los generales Wellington y Hill y el almirante sir Peter Parker.
Eran conscientes de que la única forma de contentar a dichas matronas sería llevar a otros tantos varones de la familia a los salones. O ellas lo entendían así; al parecer, William no había caído en ese detalle como salida a las críticas.
—¿Cómo que cuatro Beau? —protestó Charity, callada hasta entonces—. ¿Y qué pasa con los chicos? —Se referían a ellos como «los chicos», cuando eran ya dos hombres hechos y derechos, con sendos títulos y viviendas. Para las Cinco Virtudes, como se las conocía en las casas nobles dada la naturaleza de sus nombres, todos los sobrinos serían siempre demasiado jóvenes para saber lo que les convenía, necesitando de su ayuda, aunque no la solicitasen ni la valorasen, tampoco—. Los dos Seymour deberían comenzar a pensar en casarse. Robert es conde y Jacob ha heredado el título de duque de Avonshire. Tienen la edad correcta y acompañarán a Mary en los salones. También Derek podría unirse a ellos dado que Nate está fuera.
—Derek tiene veintiocho —dejó caer Faith, la madre del vizconde de Sheffield y de lady Esther Cavendish—, tal vez algo joven, pero dado que Esther no entrará en sociedad hasta el año que viene, no sé si se sentirá obligado a ayudar a sus primos, por lo que creo que habrá que darle un pequeño impulso en la dirección adecuada…
El marqués no cometería ningún error: ni replicar que los hombres se regían por normas distintas o que Derek tenía edad suficiente para no ser empujado, pues no tenía ganas de que se le echasen encima; ni tampoco ofrecer a su hijo George como cebo, ya que acababa de cumplir los veintiuno y partiría hacia Europa en breve. No creía que tuviese edad de sentar la cabeza, ni se lo permitiría tampoco, si de repente se creyese enamorado.
Del mismo modo, no le desearía ese destino a su sobrino Nate, Nathaniel Montague, barón de Oslow y hermano de Jane, con solo veintiséis años. Tres caballeros Beaufort en los salones eran más que suficientes suponiendo que Derek se solidarizase con los mayores, dada la buena relación que los unía. Y, además, no lograría obligarlos a pasar por el altar ni aunque se lo propusiera, lo que no tenía intención de probar, siquiera.
¿Por qué no estaba allí su esposa y dejaba todo el asunto en manos de las mujeres? Johanna era considerada una más por todas ellas, lo que resultaba meritorio dado el duro carácter de todas las Beaufort y, al final, las cuestiones de vestidos, fiestas, elecciones de cortejo, etcétera, serían elección de las damas y William sería informado de lo que decidiesen. Únicamente en caso de una oposición importante hacia un candidato que el resto de los miembros de la familia desconociera, abriría él la boca para imponer su criterio.
Ellas no opinaban sobre cómo manejaba el extenso patrimonio familiar ni al duque de Rule; él no entraría en los debuts de las más jóvenes. Si se lo permitían, tampoco metería la nariz en el de su hija cuando llegase el momento. Las cinco hermanas lo hacían todo juntas y, dado que profesaban a sus sobrinas un amor tal que se diría que las habían traído al mundo cada una de ellas, mirarían por el interés general, sin favorecer a ninguna sobre las demás.
—¿Pretendéis que haya siete Beau casaderos este 1810? —les replicó, en cambio, dejando fuera de sus cuentas a Nathaniel Montague de manera intencionada—. No dudo de vuestra capacidad de organización, pero creo que siete bodas son demasiadas.
—No será tan fácil, Will —solo ellas lo llamaban así, Johanna no había tomado la costumbre que adquirieron las otras de la segunda esposa de su padre—. Ten en cuenta que no se permitirá a ningún pretendiente cambiar de dama.
Las observó con el ceño fruncido, fruto de la confusión.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que si un caballero corteja a Mary, por ejemplo, no podrá hacerlo después con Esther si es rechazado.
Seguía sin comprender.
—¿Por qué no, si puede saberse?
Le parecía fuera de todo entendimiento.
—Porque no son chicas intercambiables. Si alguien desea casarse con Mary y ella no lo escoge, perdió su oportunidad de contraer nupcias con una Beaufort. Elegir a Esther sería convertirla en segunda opción y ninguna será tratada como tal. Todas merecen un hombre que las quiera a ellas y solo a ellas.
—Porque no recogerán las migajas de otra —aclaró Hope, tajante, asegurándose de que la idea quedaba bien clara—. A no ser que se enamoren del caballero y los afectos de este sean sinceros, claro.
Negó con la cabeza. Ningún hombre entendería semejante lógica.
—Creo que deberíais escribir un decálogo sobre las normas del cortejo a las damas Beaufort para que lo lean todos en White’s. Si no, va a ser un tremendo embrollo.
—¿Qué hay de las jóvenes de cuna que cortejen a los chicos? ¿Podrán ellas elegir a otro si son rechazadas? —se peguntó Faith en voz alta, con curiosidad.
—Cuando sean rechazadas, querrás decir —la corrigió Grace.
Hubo risas; entre otras cosas porque, en teoría, las mujeres no cortejaban a los hombres, pero también porque asumían que ellos tratarían de escapar de las redes de todas ellas.
En cualquier caso, no era un asunto que hubieran considerado siquiera, muchas damas querrían su atención y sería más difícil controlar qué señoritas se les insinuaban a Rob, Jake o Derek, básicamente porque ellos tenían la capacidad de ser más discretos. O, lo que era lo mismo, como eran hombres y endemoniadamente listos, podrían ocultarse con dichas señoritas incluso de sus propias tías.
—¿Nos centramos en Jane, por favor? —pidió la madre de esta.
William suspiró. Era aquel el asunto más acuciante.
—Desde luego. ¿Alguna idea?
No dudaba de que ya lo habrían hablado sin él y esperaba que, además del uso del veneno contra su padre que, sin duda, habría sido aprobado por unanimidad, hubieran llegado a algún consenso.
—Sí —le informó, en efecto, Hope—: hacerla desaparecer.
—Desaparecer, ¿cómo? —inquirió el marqués con calma.
Sabía que, lo que fuera a escuchar, no sería una locura sino un plan bien madurado.
—Contaremos a cualquiera que quiera escucharnos que está enferma, una dolencia muy contagiosa, y que debe mantenerse aislada en la finca familiar de Worcester, por lo que no admite visitas. Dos de nosotras pasaremos unas semanas a su lado, en teoría cuidándola.
—Eso no supone más que dilatar lo inevitable —negó con la cabeza, sin deducir el sentido de todo aquello—. Si el elegido por padre muere, buscará otro igual o peor.
Hubo más risitas. Desde luego, el fallecimiento del caballero impuesto sería una ventaja.
—La cuestión es que ella no estará encerrada, sino en Edimburgo.
—¿Vais a llevarla a Escocia? Si osáis hacerlo, antes o después se sabrá —sentenció—. De algún modo acabarán enterándose en Londres. No es que me preocupe la reacción de padre, pero sí la reputación de Jane y de cómo pueda afectar al resto un plan tan descabellado. Son diez jóvenes a las que hay que casar en los próximos años.
—¿Quién va a interesarse por lo que ocurre en el norte, siendo que la capital de Inglaterra bullirá con tantos Beau?
El marqués de Denver necesitaba entenderlo bien.
—Diréis que Jane está enferma y la llevaréis a buscar esposo a Edimburgo —repitió despacio, asumiendo lo que eso significaría.
—Exacto.
—Es muy probable que, siendo así, se case con un escocés, no con un inglés. ¿Lo habéis pensado?
—Sí, pero ese es un mal menor o, mejor dicho, el menor de dos males —razonó Grace—. Es un escocés o un inglés viejo y decrépito. Y si incluimos en la dote una casa aquí, Jane podrá venir cada vez que lo desee, con o sin su marido. Tendrá para siempre un hogar propio cerca de nosotros.
Visto así, Escocia se convertía en el súmmum de la civilización para el cabeza de familia.
—¿Creéis que funcionará?, ¿que encontrará a alguien?
—Jane no es tonta, Will, sabe qué está en juego y cuáles son sus opciones.
—Ninguna mujer con nuestro apellido lo es —afirmó con seriedad y la más absoluta convicción él.
—Es consciente de que no tiene demasiado tiempo —siguió la madre de la joven aludida— y que, tal vez, haya de elegir una vida que la mantenga satisfecha, no feliz, y también alejada de los suyos. Pero aceptará por su propio bien.
—¿Aún no lo sabe?<